lunes, 20 de noviembre de 2017

EL GARITO DE LOS PERDIDOS, LOS OLVIDADOS Y LOS NO PERDONADOS

Desde el otro lado del cristal de mi ventana contempló la calle, el sonido discordante de una patulea de olvidados que claman al silencio de la noche un poco de miserable atención, una estampida de voces grotescas mancillando las normas flácidas de la educación. Un antro cutre donde los devoradores de sueños perdidos diluyen su amargura con interminables sorbos de cerveza barata. Un lodazal de voces estentóreas que devoran el silencio y dejan la basura de sus miserias en la soledad de una madrugada cuya virginidad es ultrajada por sus bocas ajadas. Borrachos, perdedores, desechos de una humanidad decadente que intentan lavar los despojos de sus almas en el fondo de un vaso vacío esperando cumplir la cadena perpetua de sus míseras vidas con una copa de coñac rancio. Vivo la necedad de sus vidas miserables, cada noche, como un regalo perverso que despierta el ángel exterminador que habita en lo más hondo de mis entrañas mientras la nada de mi dormitorio es violada a diario por sus vómitos pestilentes hechos palabras. Detrás de la barra un "no perdonado", un paria exiliado de algún lugar olvidado donde el respeto solo es una palabra baldía, donde el derecho solo es una quimera que no tiene importancia, donde los malos modales rinden pleitesía a ese falso "dios moderno" que sus fieles han bautizado como Ignorancia, donde el hambre te toma la mano y te deja que te desvanezcas despacio. Piratas berberiscos que huyeron del amor de su patria para usurpar los valores de una sociedad avanzada, vampiros que se lanzan a la yugular de la democracia para sorber hasta la última gota de su esencia. Camareros bocazas que disculpan su ineptitud a base de gritos y malos modales, que faltan al respeto a la mismísima vida con su insulsa presencia y dejan un profundo olor a pena cuando los miras. Olvidados que nunca jamás serán recordados, perdidos que nadie quiere encontrar porque solo aportan tristeza allá por donde dejan la impronta de su insulsa presencia, vidas marcadas por el exceso y la peor de las pobrezas, la de la cultura. Les hablas de respeto y te miran con rostros extraños, vistiendo sus labios con un traje raído de necedad y árida ilustración, heraldos del mal gusto y la peor decadencia del género humano.
Así pasan mis noches, despacio, alimentando mi rabia con el matiz harapiento de sus lenguas horrendas horadando los rincones más oscuros del silencio, entrando en mi alcoba como una manada hambrienta de vocablos iracundos que arañan mis tímpanos y mi ya exigua paciencia. Lucho en la oscuridad con la algarabía desmesurada de un coro incesante de palabras hechas jadeos que dejan un olor a decadencia en el aire dormido, mientras mis sueños se envenenan con la incesante marea de sus tonos blasfemos.

A VECES UNA PRISIÓN NO NECESITA REJAS 
SOLO GRANDES DOSIS DE ALCOHOL Y GRANDES CARENCIAS DE CULTURA.

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