martes, 12 de noviembre de 2019

NEPHER, COSECHADOR DE ALMAS, AMO DE LA ETERNIDAD

     Qaa se adelantó unos pasos dejando en un segundo plano su imponente ejército de no muertos. Un ejército construido desde la nada como ofrenda a uno de los Reyes Funerarios más grandes de entre todos los reyes muertos, el gran faraón Nepher, el Cosechador de Almas, el Amo de la Eternidad, como era conocido por sus enemigos. Habían pasado más de 10 años desde que el sumo sacerdote se despertara de su sueño centenario y comenzara a levantar un ejército de no muertos como nunca antes había visto el Viejo Mundo, falanges interminables de guerreros esqueletos, bloques majestuosos de caballería esquelética comandados por el príncipe Horemhed, despertado diez años antes, bestias de mármol y obsidiana que hacían empequeñecer a los grandes gigantes de Albión, escorpiones de roca y fuego con sus aguijones de piedra amenazantes como la propia muerte. Los caballeros de la necrópolis permanecían en el flanco izquierdo, estoicos y siniestros, con sus necrosierpes siseando con movimientos ondulantes, en el flanco derecho las falanges de carros ligeros esperaban una orden muda para iniciar la marcha. Era una preciosa imagen de la misma muerte esperando la resurrección de un heraldo que los guiase de nuevo en el fragor de la batalla, que les hiciera abrazar la gloria de unos tiempos pasados a los que ya era imposible volver. La mayor ofrenda que un Rey Funerario podría recibir después de desafiar a la muerte y vencerla, pero lo que verdaderamente helaba la sangre era el perpetuo silencio que envolvía al ejército, un silencio que daba forma al miedo, un silencio que había escapado de la tumba y su único fin era arrebatar la vida a los vivos, un silencio que precedía a la muerte.
     La inmensa tumba funeraria, una pirámide que se elevaba hasta casi alcanzar el cielo, un coloso de  bloques de arenisca y caliza que guardaba en sus entrañas el cuerpo momificado del gran rey. El cuerpo sin vida del sacerdote funerario se detuvo, un instante y volvió su mirada vacía a las tropas que esperaban a su faraón, era el momento de darles el rey que merecían, era el momento de que su verdadero comandante se pusiese al mando y recuperase el reino de Nehehkara en nombre de los no muertos. Qaa avanzó de nuevo y se adentró en la oscuridad del mastodóntico mausoleo, hasta desaparecer en el interior de la tumba. El viento soplaba formando remolinos de arena en la inmensidad del desierto, el tiempo se detuvo esclavo de los cánticos entonados mientras el sacerdote funerario Setti permanecía inmóvil, su rostro cadavérico observaba la eternidad como una parca huraña que esperaba un signo que revelara el destino. La noche cayó sobre las arenas y la tiranía del sol dio paso a un cielo estrellado  y una luna pálida que derramaba una luz mortecina sobre las huestes no muertas, aumentando aún más la imagen del terror. Sobre el marco difuminado de la puerta de la gran pirámide se dibujó la imagen del sacerdote funerario Qaa, el ejército permanecía en un silencio sepulcral, Qaa se apartó a un lado e hincó su rodilla en la arena dejando paso a la imponente silueta de Nepher, el rey de reyes. No hubo vítores ni alabanzas, solo una unánime reverencia de sus guerreros mientras el Cosechador de Almas avanzaba hacia su carro y se subía en él. El reinado del Amo de la Eternidad acababa de comenzar.