Sueño los besos que no me dan, las caricias que nunca llegan y las palabras que dan forma a un sentimiento. Sueño una sonrisa que perdió el norte y un campo de baloncesto vacío, una historia que nunca pudo ser y unos besos que nunca rozaron mis labios. No es bueno añorar aquello que nunca llegamos a tener pero, a veces, los recuerdos son tan dulces que empalagan la propia imaginación, pasear por unos besos nunca dados, por un cuerpo inventado donde las caricias descansan del arduo trabajo de recorrer placeres orales, rozar unos labios sedientos que nunca calmaron tu sed, hacerle el amor a aquella esplendida mujer que paseaba a diario por tu mirada, dejar que la fantasía roce, solo un poquito, mi díscola memoria. Añoro los esplendidos atardeceres donde me abrazaba a la soledad y era feliz sin más, aquella sonrisa que una vez me dijo te espero en mi habitación, la preciosa mujer en ropa interior que me dejó su lujuria y su inocencia, aquel verano que nos comimos a besos. Sueño un sofá donde todas las promesas se cumplían y las orgías se recetaban a diario, un campo de sueños donde no había ni un sueño prohibido y una niña que se hizo mujer entre mis brazos. Aún recuerdo las lágrimas que humedecían las despedidas y el olor a felicidad que desprendía tu cuerpo cuando me abrazabas. La esplendida dama de noche que me enseñó todo lo que sé y lo que aprendí en todas aquellas alcobas perdidas, unos ojos que me escribían versos de azúcar y un corazón que nunca fue mío pero cuanto añoro no escuchar su latido. Ahora que la vida pasa despacito, ahora que ya no paseo por cuerpos prohibidos y mis sueños descansan de los avatares del camino, ahora es cuando más sueño contigo.
Sueño un patio de colegio, una juventud comedida y un corazón desenfrenado, las clases particulares y aquel precioso verano que te llevaste consigo, la algarabía que dejaban los amigos y el silencio, que desde que te fuiste, ha habitado conmigo. Una glorieta donde las noches se dilataban hasta hacerse infinitas y aquella adolescente que una noche me dijo lo mucho que me quería. Añoro las faldas muy cortas que iban insinuando los encantos ocultos, los labios de fresa que dejaban un sabor agridulce, y las quinceañeras que hacían del deseo un placer cotidiano. Añoro las amistades que son para siempre y los amores que nunca terminan, los finales felices y poder abrazarte como siempre lo hacía.
LA FELICIDAD VIVE ATADA AL TIEMPO,
MOMENTOS, LUGARES Y CORAZONES,
AMORES IMPOSIBLES QUE SE HACEN ETERNOS
EN LAS ESTANCIAS DE LA MEMORIA.