Un trozo de papel garabateado, una mesa llena de arañazos, una habitación devorada por el tiempo, un corazón desmadejado y una sonrisa difuminada, tan solo eso queda de mi adolescencia; retazos borrosos de momentos mágicos, rostros arrugados que dan forma al cariño, palabras preciosas que ponen un sonido inaudible a mi corazón gastado. El tiempo pasa y va dejando una amalgama de imágenes que visten mis recuerdos desnudos, un paseo distraído por las avenidas de la melancolía, un deambular caótico entre una marabunta de sonrisas difusas y cariños perpetuos. Una clase manchada con la tinta de frases obscenas y corazones inacabados, aquella chica morena que perseguía con la mirada, esa sonrisa desgastada que, aún hoy, pone una pizca de felicidad en mi vida. Las noches de estudio donde nació mi poesía, los amigos que se fueron para no regresar, los paseos desde el internado hasta aquella desvencijada tienda de chuches donde escribíamos tertulias insípidas sobre temas banales, donde el mundo se reducía a un croissant de chocolate y una mirada amable. Los partidos de baloncesto donde una viga en el techo era una canasta inventada, donde bastaba una palabra para perdonar las afrentas, donde nacieron amistades que se hicieron eternas. Aquel profesor que me enseñó a besar con palabras, la profesora de física que despertaba amores imposibles mientras escribía teoremas en la pizarra, las habitaciones manchadas de sueños donde se despedía la infancia. Han pasado tantos años, pero siempre parece que fue ayer, siempre que puedo dejo que mi mente se escape a lugares donde solo importaba el momento y no había un mañana, a las tardes de verano tintadas de rojo y un colegio donde las batallas se libraban con un balón en la mano, donde las amistades se forjaban en el campo de juego y las noches se escribían en la glorieta de un pueblo pequeño, en los muretes de mármol de veranos que parecían infinitos.El primer amor que se quedó enredado entre mis entrañas, esos ojos marrones y esa figura delgada, esa sonrisa perenne que aún me saluda cada mañana, nunca pude olvidarla. Ese internado donde lo aprendí todo y me fui dejando mi alma, los lugares que me hicieron feliz y a los que nunca podré regresar, aquel primer beso que ya nunca más volví a dar. Esa amiga que se marchó sin despedirse, aún hoy cuando me visita la tristeza me abrazo a su risa, cuando me siento solo es su recuerdo el que me hace compañía. El amor incondicional que lo da todo y no pide nada, aquella preciosa colegiala que en el silencio de un gimnasio me confeso que me amaba. Mi adolescencia se fue una mañana, me desperté y ya no estaba, partió de viaje enseguida y se llevó consigo toda una vida, pero cuando cierro los ojos y me pongo a soñar es su rostro jovial el que hace de mi mundo un compendio sobre la felicidad.
MI ADOLESCENCIA SE LA LLEVÓ AQUELLA CHICA MORENA
QUE CADA MAÑANA ME BESABA CON LA MIRADA.
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