Entró en el campo de juego, ella lo esperaba con el balón en las manos y una amplia sonrisa. Se paró a escasa distancia de ella, podía percibir el perfume que desprendía su cuerpo, podía ver ese rizo travieso que escapaba de su perfecta coleta, el abismal fondo de sus inmensos ojos color avellana. Le dedicó una tímida sonrisa más por amabilidad que por mostrar todo el amor que sentía por ella. El tiempo se detuvo un instante y el silencio resonaba en la pista como un repicar incesante de campanas. Ella le lanzó el balón con un pase picado y él sintió un pequeño escalofrío cuando las yemas de sus dedos notaron el rugoso tacto del cuero. La volvió a mirar, esta vez su mirada reflejó una pizca de pena, una tormenta de sentimientos rotos esparcidos por el negro de sus ojos y sintió como se formaba un nudo en su garganta. Era el último uno contra uno que iba a jugar contra ella, era el final de un camino que comenzó 15 años atrás, era la última batalla entre los dos. El balón se deslizó de sus manos e impactó contra el suelo, con un rápido movimiento de pies la dejó atrás y mientras el tiro entraba con delicada suavidad se paró un momento para aguantar las ganas de llorar. Ella se acercó y le pellizco suavemente el abdomen como había hecho siempre, él levantó la vista y mientras le entregaba el balón con una mano con la otra le acarició el rostro, ella hizo un leve mohín intentando atrapar la mano entre su cara y el cuello, él la retiró y le entregó el balón mientras se preparaba para defenderla. Ella botó el balón, hizo un cambio de mano acompañado de un reverso, fintó el tiro y él saltó intentando taponarla, mientras caía ella se levantó con suavidad y dejó el balón con extrema delicadeza en el aro. Sonrió, con esa media sonrisa que le hacía perder la cabeza y por un momento sintió que nada tenía sentido, que este no podía ser el último uno contra uno, que no podría vivir sin ella. La batalla continuó canasta tras canasta, bote tras bote, tiro tras tiro. Una sinfonía de movimientos perfectos, él le había enseñado todo el repertorio de gestos técnicos que ella estaba desplegando con su juego, no podía sentirse más orgulloso de ella, era una máquina perfecta de jugar al baloncesto, una excelsa bailarina con un juego de pies prodigioso, una asesina letal con el balón en las manos. Pararon un momento, él sudaba y las gotas de sudor resbalaban por su rostro y se precipitaban al parquet. El pecho de ella subía y bajaba rítmicamente a causa del cansancio, la miró con calma y pensó que no había nada más bello en el mundo que esa imagen, cerró los ojos un momento para preservar ese instante en su memoria, para recordar porque la amaba incondicionalmente, y el juego continuó como una cruenta batalla de entradas a canasta, triples imposibles y defensas espartanas. Él encestó tras un cambio de mano por debajo de las piernas y un euro step perfectamente ejecutado y empató el partido. Le entregó el balón a ella, el último ataque, la última canasta, el último verso escrito en el campo de juego con un balón y una canasta, la última vez que podría contemplar toda la belleza y el cariño que iba a perder, el último enfrentamiento entre los dos. Estaban a escasos centímetros, ella protegiendo el balón, él podía escuchar su respiración pausada, el latido de su corazón acelerado, el amor que se acurrucaba en sus ojos. Ella comenzó el ataque botando despacio, midiendo las distancias, evaluando las distintas opciones con las que contaba, el partido concluyó cuando le empujó con suavidad y con un paso atrás lanzó el balón con mucho arco, intentó taponarla pero el balón pasó por encima de la mano y entró con ese maravilloso sonido que se crea cuando el balón se desliza por la red sin tocar el aro, es el sonido más bonito del mundo, pensó. Ella saltó de alegría, se acercó y la abrazó con todo el cariño del que era capaz. Ella dejó de sonreír y mientras los envolvía el silencio se separó y se acercó a coger el balón de la pista. Volvió a girarse y se aproximó de nuevo hasta ella, le puso el balón en el estómago con sumo cuidado, y con toda la delicadeza del mundo la besó en los labios con todo el amor que le profesaba. El beso duro un instante, unos segundos infinitos, fue un beso íntimo, cálido, eterno, un último adiós para los dos. Sus labios se separaron y él le apartó ese rizo travieso que siempre escapaba de su coleta y le caía sobre el rostro, le tiró de la coleta con mimo como tantas veces había hecho y dejó escapar de sus labios una sonrisa, no dijo nada, hay momentos donde no son necesarias las palabras porque habla el corazón, y su corazón gritaba lo mucho que la amaba. Dejó de abrazarla y se giró para que no lo viese llorar mientras se alejaba para siempre, no volvió la vista atrás. Ella se quedó mirándolo en el centro de la zona, nunca hubo una mujer más sola en el mundo que ella en ese momento, su corazón se fue con él, y mientras las lágrimas recorrían sus mejillas pensó "hay veces que cuando ganas has perdido y no lo sabes" y aunque lo amaba con todo su ser se quedó allí quieta, viendo como el amor se escapaba y no podía hacer nada para retenerlo, ya nunca más habría unos contra unos en su vida, ya nunca más volvería a entrar a un campo de baloncesto y sonreír, ya nunca más podría estar con él.
A VECES EL MUNDO ES PERFECTO
UN BALÓN, UNA CANASTA Y UNA SONRISA
NO SE NECESITA MÁS PARA SER FELIZ.
A VECES NO NOS DAMOS CUENTA DE LO QUE TENEMOS
HASTA QUE EL MUNDO VIENE Y NOS LO QUITA.
A VECES SUELO RECOSTARME EN TU RECUERDO
Y VUELVO A JUGAR UN UNO CONTRA UNO
EN ESA PISTA DE BALONCESTO EN LA QUE JUGABAN NUESTROS SUEÑOS.

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