lunes, 30 de julio de 2012

ÉGLOGA


Llegó de madrugada,
sobria, serena, silenciosa,
envuelta en soledad,
fría como el olvido.
Sus manos hechas de pena
se posaron en su alma,
un sudario blanco y tosco
vistiendo un cuerpo gris.
Lágrimas inquietas,
hilos de cristal rotos
arrancados de la esperanza,
el ocaso de unos lamentos
enmarañados en la pena.

Llegó de madrugada,
extraña, triste, sucia,
sin coro de ángeles,
sin promesas baldías,
muda y ciega;
sencilla como el silencio.
El vacío de sus ojos
se posó en el sufrimiento,
un ángel de alas raídas
devorando el tiempo marchito;
solo quedó la enjuta nada
rompiendo en la ausencia.

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