Los besos rompían contra el silencio como un mar embravecido que anegaba de felicidad el corazón. Un tropel de caricias que se posaban sobre la inocencia desnuda dejando la impronta de un deseo devorado por las horas. Un templo de placeres carnales donde las plegarias se entonaban con el sabor de lenguas traviesas recorriendo parajes prohibidos, donde los suspiros son odas entonadas al cielo y los silencios oraciones que se escriben sobre un cuerpo caliente. Letanías de besos que se adhieren a la paredes del alma y tintan de promesas perfumadas la pasión adormecida. Canciones entonadas con gargantas profundas y escritas en el anverso de amores eternos. Las caricias se escapan de las manos y corren desbocadas por los pechos erectos de la felicidad, por la dulzura que habita en las caderas perfumadas de mujeres hechas fantasía, por la piel que se eriza cuando siente que unos dedos atrevidos recorren la lascivia. No hay pecados cuando el amor se desnuda y se funde con la pasión que lo acaricia, cuando los silencios se llenan de gemidos y la cama es un altar donde rezan dos cuerpos encendidos. La pasión pasa como una tormenta desatada de apetitos insaciables pero el amor se queda como una brisa dulce que alimenta los sentidos y da vida al corazón.

DESPUÉS DE LA TORMENTA LLEGA LA CALMA
DESPUÉS DE LA PASIÓN QUEDA EL AMOR.
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