miércoles, 18 de enero de 2017

PRELUDIO

El cielo nublado, un gran mantel negruzco que se extendía en el infinito, una pálida llovizna se estrellaba contra las armaduras como tímidos soldados intentando doblegar la fortaleza de un gigante. El viento soplaba como una dama invisible de aliento gélido paseando su belleza helada por la inmensidad de los páramos. Eran el preludio de una batalla que se antojaba atroz, de un combate entre dos titanes dispuestos a destruirlo todo. Los árboles parecían colosos estoicos esperando una orden para avanzar, todo estaba envuelto en ese silencio pernicioso que precede a la muerte, aquí y allí se escuchaba la voz gutural de algún comandante intentando arengar a sus tropas, despojarlas del miedo y envolver sus corazones en el manto de un valor insensato. El relincho de un caballo asustado, el ladrido lejano de un mastín de guerra ansioso por desgarrar la garganta de un soldado, la calma que precede a la tormenta que se aproxima y amenaza con destruir todo indicio de vida. El tiempo se había detenido para contemplar la grandeza de ambos ejércitos, para dejar unos momentos de sosiego a unos guerreros que ya percibían el sabor áspero de la muerte en sus bocas, para saborear la gloria perenne que acompaña al fragor de un desmesurado derramamiento de sangre. En la lejanía se escuchaba el ruido inconfundible de un cuerno de guerra, los tambores que redoblan melodías malditas esparciendo notas de guerra entre las filas de los enemigos, la valentía que se presenta al combate dispuesta a realizar actos heroicos, la soledad que atenaza las entrañas cuando estás presto a entrar en combate. Se hizo un silencio maldito justo antes de que el páramo se llenase con la algarabía de mil gritos de guerra, con el aliento exaltado de todos aquellos cuyo destino era morir en un campo de batalla cubiertos bajo el blanco manto de la gloria. Era la guerra presentando sus respetos a todas aquellas almas que viajarían al infierno cuando terminase el día.

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