Los ojos dejaron escapar una lágrimas escuetas, un homenaje sentido a la carencia de un corazón que se fue para siempre. El tiempo le robó sus manos callosas, su mirada árida, las palabras humildes que aún resuenan en la caverna de la memoria. La vida se va de improviso, no avisa de que es la hora de partir hacia lugares desconocidos donde espera el miedo, se marcha con un último aliento y nos deja una miríada de recuerdos que se aferran a las tripas de la ausencia. Aún queda el perfume de sus últimos días, la fragancia de los momentos que conforman el devenir de los días, los sonidos, casi imperceptibles, de una risa que viste la desnudez del pasado. La perdida se aferra como fauces hambrientas a las entrañas de la pena y desgarra el silencio con un llanto acallado que surge de lo más profundo del alma. Te vas y nos dejas días huérfanos que solo saben de silencios, calles en penumbra por donde pasea la melancolía, noches en vela que nunca terminan. Los días deambulan como perros perdidos que mendigan un trozo de cariño, como estrofas robadas de un poema maldito, como las ilusiones perdidas que nunca volverán a abrazarnos. No llores me dicen, pero yo debo dejar que mis lágrimas te acompañen en tu viaje hasta el cielo.
A mi tío que ya estará reunido con mis abuelos en los campos de sueños que compartieron en vida.
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