miércoles, 22 de septiembre de 2021

EXTRACTOS PERFUMADOS DE MELANCOLÍA

La luz era un tenue balbuceo de imágenes borrosas decorando la fría estancia. Se acurrucó como un pájaro herido en las esquinas del tiempo donde florecen tristezas húmedas, dejó su alma entre los sollozos inconsolables de amores que emigraron a corazones más cálidos, y dibujó un corazón roto con la saliva de unos labios que nada sabían de besos. Las lágrimas dibujaron despedidas eternas y pasiones efímeras, manantiales de caricias donde sacian su sed los deseos perdidos, un río cristalino de pena horadando las ausencias impuestas. El silencio llenaba las paredes, el suelo, el alma. los recuerdos, las imágenes casi borradas de una existencia deslavazada, la melancolía era un monstruo de tentáculos infinitos que asfixiaba su vida, un terrorífico coloso de angustia ahogando la monotonía de una vida descascarillada por besos insípidos y palabras romas. Se dejó llevar por los abrazos fingidos que deambulaban por lo bulevares rotos y las callejuelas del olvido, por los sentimientos harapientos que vagabundean por las avenidas de los deseos rotos, por las pasiones efímeras que lo devoran todo a su paso. La soledad lo besaba a diario, paseaba por los silencios como un tímido poeta cuyos versos se habían olvidado y lloraba palabras que jamás acariciaron sus labios. Se sumió en un sueño profundo custodiado por los fantasmas que suelen regresar del pasado, nadó desnudo en el mar de los apetitos carnales por donde navegan los veleros de las caricias ocultas y descansó de los amores sin tiempo en las destartaladas islas de la necesidad donde solo habita el pecado. Escribió con la dulzura de sus ojos historias sin finales felices, placeres escondidos entre las hebras que tejen el destino, momentos que siempre visitaban sus sueños pero nunca quisieron pasar un ratito a su lado. El tiempo jamás se detuvo a esperarlo, pasaba de largo dejando ese tenue perfume que te lleva a lugares donde nunca has estado, esculpiendo con humo la vida en la que tus sueños han quedado atrapados. Y un día cualquiera, cuando la lluvia es una tenue caricia que resbala por las estrías del cielo, miras a través del cristal de una sucia ventana y ves toda la belleza que habita en esos pequeños detalles que hacen de la vida una preciosa dama que hay que besar a diario.


DEJA QUE TUS DÍAS SE LLENEN DE ALEGRÍA
QUE TUS SUEÑOS ABATAN A LA MELANCOLÍA
QUE TUS BESOS PASEEN SU DULZURA
POR LA CALLES DONDE CORRETEA LA VIDA.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

EL COMBATE (PARTE I - EL CORAZÓN DEL GUERRERO)

     Tenía los ojos fijos en ella, la escultural figura lo miraba desafiante mientras su pecho se movía rítmicamente a causa del cansancio. El combate se había prolongado más de lo esperado y ambos contendientes se encontraban agotados por el esfuerzo. Earvin miró a la espléndida mujer que tenía delante, observó el fiero brillo de sus ojos felinos dispuestos a destrozarle el corazón de una estocada. Su mente se trasladó a otros momentos y otros lugares, un tiempo en el que la mujer que tenía delante había reinado en su vida destilando momentos de efímero placer, por un instante parecía que su corazón blindado al dolor flaqueaba atravesado por los recuerdos de una felicidad huida tiempo atrás. Aún ahora, no conseguía entender como podía estar combatiendo con la mujer que amaba, no comprendía la traición que le atenazaba las entrañas como un abrazo mortal. Le había dado todo a la mujer que tenía ante sí, había renunciado a un reino, a una vida cubierta de gloria, a la grandeza alcanzada en los campos de batalla, a los placeres mundanos por satisfacer sus deseos más ínfimos, por rodearla de una felicidad que la hiciese inmune al dolor. La miraba con la rabia acurrucada en su alma, con el corazón encogido por el dolor; aún la amaba con la fuerza de mil gigantes, aún iría a las mismas puertas del infierno y se enfrentaría a una legión de demonios hambrientos de su alma por arrancarle una sonrisa de sus pérfidos labios. Había sido un poeta acomodado entre los brazos de Hanna, así se llamaba la mujer que lo miraba con desprecio, la mujer que un día cercenó la felicidad de su vida y huyó en busca de una felicidad que nunca encontró. La persiguió durante años, derrotó a enemigos formidables, venció en batallas colosales y con el paso del tiempo y de múltiples guerras llegó a convertirse en leyenda. Un guerrero formidable, un héroe dispuesto a sacrificar su vida por derrotar a la injusticia. Una sonrisa se dibujo en sus labios, aquellos que contrataban sus servicios, quienes buscaban al mercenario que no temía a la muerte, no sabían que él ya había muerto mucho tiempo atrás, aniquilado por las pérfidas palabras de una valkiria sedienta de poder y gloria. No temía a la muerte porque estaba muerto, había regresado del infierno en el que luchó durante largo tiempo pero su alma quedó atrapada allí, luchando por escapar de una prisión de sentimientos que se había convertido en una eterna condena de un dolor insufrible, resignada a vivir en el mundo de los muertos, esperando la llegada de un cuerpo que aún no sabía que había muerto hacía tiempo, mucho tiempo. Durante la búsqueda de sus sueños perdidos había luchado con tantos enemigos y había abatido a tantos tiranos que el único retazo de humanidad que le quedaba estaba sujeto a la mujer con la que ahora luchaba dispuesto a sellar su destino para siempre. Sabía que fuese cual fuese el resultado del combate que se estaba desarrollando él iba a perder. Si vencía, mataría el amor eterno que sentía por un ser carente de sentimientos, si era derrotado moriría bajo el frío acero de un corazón aún más frío, pero si algo tenía claro era que su orgullo le impedía morir a manos de aquella fiera guerrera que ya lo había matado una vez, esta vez no, contaba con todos los medios para derrotar a un ser vil, a una preciosa odalisca de pechos turgentes y cálidas caderas, no, esta vez no pensaba perder.

     Una ráfaga de aire helado le devolvió a la realidad, al combate fratricida con su pasado. La mujer que tenía delante era morena, de piel blanca y ojos azules como el cielo infinito, de una claridad diáfana. Un cuerpo esbelto repleto de curvas seductoras y músculos perfilados que afianzaban aún más su feminidad y despertaban los deseos más oscuros. Cuantos hombres, cuantos grandes guerreros habrán sido abatidos por esos encantos, pensó Earvin. Cuantos corazones habrán dejado de latir amparados en el acero glaciar de unos cálidos brazos y unos labios prometiendo placeres inconfesables. Por un momento una leve sonrisa apareció en sus labios, una mueca casi inexpresiva de una historia que estaba a punto de alcanzar el desenlace final. El pelo le caía sobre los hombros como una cascada de negras promesas, cubriendo parte de su espalda desnuda. Un mechón rebelde se deslizaba travieso por su rostro cubriendo uno de sus preciosos ojos. Cuanta belleza para un corazón tan turbio, se hubiese perdido en las curvas de su cuerpo para siempre, una vez lo hizo y fue muy feliz durante unos instantes que parecieron una eternidad. Movió la cabeza con rabia, esos pensamientos demostraban su enorme debilidad ante el adversario que tenía delante, no podía flaquear, la más mínima duda le llevaría al lugar donde descansan eternamente los valientes. Su adversario se movió con lentitud mientras las espadas describían movimientos suaves en sus manos, las sujetaba con firmeza, unas armas talladas con absoluta exquisitez que concordaban a la perfección con su dueña, finas líneas prometiendo una muerte certera.

      Hanna se lanzó al ataque golpeando sin piedad, cada movimiento de sus espadas se encontraba con la muralla defensiva de su adversario, los golpes eran repelidos uno tras otro con furia. Una lluvia de ataques buscando terminar un combate que se hacía interminable, golpe tras golpe Earvin retrocedía parando cada uno de los ataques pero perdiendo un terreno que se hacia precioso. Los ojos de Hanna brillaban con la rabia contenida, su garganta profería gritos que acompañaban a cada golpe como un glosario de salmos desesperados recitados a la muerte. Una de las espadas alcanzó el torso de Earvin abriendo una brecha en su abdomen por la que comenzó a manar sangre de forma abundante, pero él apenas si sintió la herida. Retrocedió aún más de un salto y se preparó para un nuevo ataque. Ella lo miraba desafiante, mientras su pecho continuaba subiendo y bajando con asombrosa rapidez. El cansancio comenzaba a hacer mella en su cuerpo, sus gráciles movimientos se habían tornado más lentos y torpes, pero conservaba toda la rabia contenida, quería matar a ese individuo, desterrarlo para siempre al mundo del olvido y mandar su alma al infierno de donde nunca debió salir, ella no sabía que eso ya era imposible, no se puede matar aquello que esta muerto. Earvin sonrió con amargura y de sus labios tan solo salió unas palabras.

 

-          Esta vez no, mi amor, esta vez no podrás dañarme.

 

Ella gritó y se lanzó de nuevo a un ataque sin descanso buscando la muerte de quién le había dado todo, era el único que conocía su historia, la única persona que conocía todos sus secretos, todas sus debilidades, el único que conocía lo pérfido de su corazón y las traiciones que le habían llevado a ostentar todo el poder del que gozaba en estos momentos, y no estaba dispuesta a perder todo eso por una historia de amor que para ella ya no significaba nada. Tenía que haberlo matado cuando tuvo la oportunidad, cuando estaba de rodillas ante ella y suplicaba que no se marcharse, cuando las lágrimas bañaban su rostro y pedía a gritos una muerte que le alejase para siempre del dolor, había sido un error, el único error de su vida, debía haber acabado con él en ese instante y ahora los fantasmas del pasado la acosaban. Las espadas describían círculos en sus manos buscando dar el golpe de gracia que pusiese fin a una historia inacabada, una historia que tenía su final en los Montes Perdidos.

 Earvin paró el último golpe de su contrincante y su puño se estrelló contra su rostro, Hanna salió como impulsada por un resorte y cayó de bruces a varios metros de distancia, rodó sobre sí misma y termino en pie a diez metros de distancia. Sangraba con profusión por la nariz, la sangre resbalaba por sus labios y goteaba sobre su pecho. Sus ojos destilaban un odio irracional, por un instante Earvin pensó que eran los mismos ojos de un demonio los que lo miraban. A pesar del amor, del dolor, de la traición, de las promesas incumplidas y las heridas abiertas no podía dudar ni un instante, la más mínima duda le costaría la muerte y en estos momentos no estaba dispuesto a morir a manos de la guerrera que tenía delante.

 Esta vez fue él el que se lanzó a por su rival. La espada que había quitado la vida a tantos y tantos tiranos, a cientos de demonios y a todas aquellas aberraciones que se habían cruzado en su camino buscó el corazón de la mujer que tenía delante. Ella se preparó esperando la acometida, giró sobre si misma esquivando la primera estocada y una de sus espadas intentó alcanzar el cuello de Earvín, éste se agachó evitando el golpe final, su espada cambió de dirección y se hundió en el pecho de Hanna mientras una patada en la rodilla la mandaba al suelo y le hacía perder una de sus espadas. Ambos terminaron en el suelo pero Earvin se levantó con rapidez observando los intentos de su contrincante por recuperar la vertical. Ella se apoyo en la espada y consiguió levantarse con un enorme esfuerzo. La espada de Earvin empapada en la sangre de su rival miraba al suelo y unas gotas escapaban de su filo estrellándose en el suelo y mezclándose con la tierra. Ella había perdido la mirada desafiante, ahora sus ojos reflejaban miedo, el miedo a ver la muerte tan cercana, jamás había tenido que enfrentarse a ella, siempre había conseguido esquivar sus embates y burlarla, pero finalmente la tenía delante dispuesta a cobrarse todas las mentiras y traiciones de su oscuro corazón.

 Dejó caer la espada al suelo y miró suplicante a su rival. Earvin se acercó a ella con la espada en la mano hasta llegar a su altura. Sus ojos negros reflejaban la eterna tristeza que atenazaba su vida, sus ojos se encontraron como antaño y él no pudo evitar que una sonrisa apareciese en sus labios, de repente ella se desplomó y él dejó caer la espada y la cogió entre sus brazos para evitar que cayese. Sabía que acababa de librar al mundo de un ser horripilante, que la preciosa mujer que se moría entre sus brazos había cometido todo tipo de atrocidades para su propio beneficio y que alguien tenía que erradicar su existencia de la faz de la tierra, había sido él. El único ser humano que la había amado aún sabiendo lo que era, que habría dado su propia vida por retener la felicidad a su lado eternamente, había sido él quién acabase con su vida para siempre. Las lágrimas surcaban su rostro, mudos testigos de su eterna devoción mientras los últimos vestigios de una vida escapan entre sus brazos.

 

-          Lo siento, dijo ella, mientras el azul de sus ojos perdía su brillo celestial.


      Earvin no dijo nada, sus labios se acercaron a los de ella y se fusionaron en un beso eterno que apenas duró unos segundos, cuando sus labios se separaron ella ya estaba muerta, el azul infinito de sus ojos se reflejo en los ojos negros, como la misma muerte, del guerrero. La abrazó contra su pecho mientras lloraba como aquel niño que huyó de su vida cuando ella lo dejó. Se levantó con ella en brazos y la depositó con toda la dulzura del mundo sobre unos lirios que crecían silvestres, excavó con su propia espada la tumba donde descansaría eternamente su corazón y allí en los Montes Perdidos dejó enterrada para siempre su vida.

 Era noche cerrada cuando montó sobre su caballo, por unos instantes dudó, pero no quiso mirar atrás, era la tumba de su amada pero también era la suya propia, él había muerto ese mismo día en los Montes Perdidos y yacería para siempre junto a ella. Espoleó su caballo con tristeza y galopó hacia la eterna oscuridad que se ceñía sobre su vida perdiéndose en los oscuros recodos de una noche sin fin. Una ráfaga de aire helado acarició la montaña y meció con furia los lirios que descansaban sobre la tumba. En una roca se podía leer escrito con sangre:

 

“Aquí yace el corazón de un guerrero”