El
enjuto y milenario árbol
se
yergue, guardián desafiante,
en
el árido camino
que
conduce al hastío,
sus
hojas, moribundas,
apagadas
y rojizas
lo
abandonan a la muerte,
triste,
con un soplo de vida
su
extirpe muere con él.
El
viento lo acaricia
con
mesurable placidez
y
en su férrea soledad,
recuerda
orgulloso
mil
fogosas primaveras
que
para él, ya no volverán.
Árbol
de tronco carcomido
de
entrañas que aún rugen
te
aferras a la vida
con
furia desbordada;
tú
sabes mi leal amigo
que
tu viejo tronco
se
doblega en silencio,
inerte
y altanero.
Volveré
por el árido camino
y
tú ya no estarás,
y mi corazón se hará
eco
de
tu férrea soledad.