Su cuerpo olía a sexo y desesperación, a mohines rotos arrancados del corazón. Su aliento se había vestido de silencios y en las noches frías el invierno se acurrucaba en los rincones de su belleza. Doncella de cabellos negros y corazón blanco. Suspiraba por una manos cálidas que le dejasen unas migajas de calor en su alma. Siempre caminaba acompañada del olvido, paria de miradas obscenas que lamen la piel del deseo. Novia perpetua de la soledad bailaba en los carcomidos salones del recuerdo. Olvidada en su más tierna juventud se acostumbró a vagar por dormitorios vacíos y sonrisas educadas, por las noches en vela y los besos de cera que se consumían en el fuego de unos labios que nunca eran suyos. Su rostro era un paseo de diario por la tristeza, hermana del desamparo e hija de la desilusión, alquiló su corazón por un puñado de caricias fingidas y un rosario hecho de besos usados. Desnudó a la nostalgia y se enamoró del perfume que dejan las palabras cuando hacen el amor con la melancolía. Soñaba con unos dedos inquietos que escribiesen poemas en su cuerpo desnudo, con la felicidad que dejan los anhelos cuando te visitan en la tranquilidad de la noche y te dejan una huella escrita con besos. Nunca quiso estar sola pero la soledad se empeño en ser su única compañía. Amante pero nunca amada. Concubina de la inocencia y esclava del deseo. En la orgía de silencios de sus ojos y mis manos exploré la melancolía que bañaba su intimidad mientras el sabor dulce de unos labios olvidados escribían plegarias húmedas en el deseo. Llegué para compartir unas caricias y me quedé una vida entera en su mirada, en la dulzura de sus orgasmos y la ternura de su corazón blanco.

BUSCABA LA BELLEZA EN LA MIRADA
SIN SABER QUE SE HALLABA EN EL CORAZÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario