Miró la desolación que se extendía ante sus ojos. El mar de sangre que bañaba el campo de batalla. Los cuerpo mutilados que se extendían hasta donde la vista alcanzaba. Contempló con estoica valentía la marabunta de monstruos que buscaban sedientos su alma. Un millar de demonios que deseaban saciar su hambre con su cálida sangre, un enjambre de colmillos y fauces dispuestas a devorar su carne. No retrocedió ni un paso. Su espada brillaba entre sus manos como un faro dispuesto a traer la luz allá donde las tinieblas reinaban. El sonido apagado de cuernos y garras se estaba convirtiendo en un clamor que acariciaba al miedo, pero su corazón no latía más deprisa, la muerte solo era una derrota en la piel de la vida, una herida profunda por donde se desangra la angustia. Los primeros enemigos llegaron como gotas de lluvia que hacen presagiar una poderosa tormenta. La espada bailaba en su mano con movimientos tan gráciles como pasos de baile en una danza de muerte. Uno tras otro, como hojas arrancadas del árbol por la agonía del otoño, los enemigos caían bajo el frío aliento de su acero. Movimientos etéreos regalando con cada golpe un beso de muerte y un olvido eterno. Un icor amarillento manchaba su rostro mientras una ola imparable de enemigos se estrellaban contra su cuerpo. Golpe tras golpe, paso tras paso, los enemigos caían y el ímpetu de la carga dejó paso al miedo. Los gritos tornaron en silencio, en un síncope de gruñidos guturales y miradas furiosas. La calma se podía sentir en el latido pausado de un corazón que no temía a la muerte aunque el infierno desatado preparase sus fauces para devorar la valentía de un guerrero. La multitud se fue apartando poco a poco, y de un mar de ignominias surgió un coloso hecho de un terror tan antiguo que ni el mundo recordaba su nombre. Las espadas chocaron como labios de acero que quieren dejar una impronta de besos en el corazón de la muerte. Un golpe seco, una espada que se hunde en el corazón de una bestia, un sonido agónico exhalado por una garganta blasfema, un último estertor antes de que la vida se escape por un manantial donde fluye la sangre corrupta de un ser impío. La muerte se adueña de la vida y solo deja tras de si un infierno de silencios que se aferran a las entrañas del destino; y el destino se escribe con la sangre que dejan los héroes cuando sus espadas cercenan de un tajo la cabeza del miedo.

EL CABALLERO MIRÓ A LOS OJOS DE LA BESTIA
Y COMPRENDIÓ QUE ESTABA EN JUEGO SU ALMA.
ESCRIBIÓ SU DESTINO CON EL FILO DE SU ESPADA
Y EL VALOR QUE MANABA DE SU CORAZÓN.
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