Escribió en el corazón un rumor de besos lascivos tan dulces como los atardeceres compartidos. Palabras pronunciadas con el alma que se meten entre la piel y hacen de los besos una necesidad. Las caricias se hacen amaneceres y las manos esculpen noches sedientas de anhelos. El tiempo se detiene y deja que sean los labios los que cuenten las horas. Un suspiro deja su huella en el silencio como una onda que nace del cariño y se extiende por la vida. Dibujó un cielo de miradas emborronadas con la saliva de sueños que piden permiso para jugar con la realidad, y dejó que las sonrisas vistieran el deseo para hacerlo felicidad. Cuando el tiempo se cuenta por besos es un placer perderlo en el paraíso de un cuerpo que se hace eterno. El día se hace noche, la noche fantasía, la fantasía se hace pasión y la pasión viste de sueños un nuevo amanecer con cada tímida caricia. Los ojos se miran sin prisa, y la necesidad se detiene a admirar la belleza que mana del deseo hecho poesía. Los besos son acordes pausados componiendo melodías de seducción que se recitan en todos las estancias del amor, y la eternidad está contenida en el éxtasis que nace de un placer que no encuentra su final. Cuando crece el amor el tiempo se hace chiquito, se adormila entre las fibras de gemidos ahogados que transforman las horas en dulces halagos. La vida se perfuma con el aroma de tantos besos soñados que el placer es un plato que se sirve a diario. Rubores compartidos que visten momentos carmesí, que se enredan en las miradas que cantan promesas eternas y se tatúan en el corazón con la tinta indeleble de suspiros obscenos. Cuando los besos hablan el tiempo se calla para no molestar, y los días se cuentan solo en felicidad.

CUANDO LA DULZURA SE HACE MUJER
LOS CORAZONES SUSPIRAN DE PLACER.
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