EL VALOR SE ESCRIBE CON EL MIEDO
viernes, 6 de febrero de 2015
EL MIEDO
Las luces parpadeaban con miedo, un miedo que se abrazaba al misterio mientras el continuo goteo de adrenalina enervaba hasta el último músculo de su cuerpo. La penumbra lo envolvía todo, como un hechizo hecho con jirones de la noche más cerrada. Es extraño, los miedos aparecen cuando la luz es devorada por las tinieblas, cuando el silencio presenta sus armas mudas y la lucha se transforma en una refriega de sentidos. Los pasos se tornan lentos, cada pisada es un desafío al temor, y el arrojo se escribe con las dudas que conforma lo desconocido. El filo de la espada brillaba en la oscuridad como un faro iluminando el camino que te aleja del desastre, pero lo que buscaba no era una quimera, era una verdad hecha con dientes afilados y aliento que escupía desolación. Su corazón se aceleraba, y podía sentir cada latido como un golpe seco que se clavaba en la certeza. No hay peor miedo que el miedo a lo desconocido, enfrentarse a peligros que envenenan los sentidos con la neblina de la duda. Solo se escuchaba el eco sordo de sus pasos, el aliento imperceptible del valor agazapado y a punto de saltar. La espera se hace eternidad cuando el miedo atenaza el alma, cuando la nada oculta abominaciones que quieren devorar tu integridad, cuando el valor siente que, muy pronto, será puesto a prueba, y no sabe si vacilará ante las amenazas que le depara ese cruel tirano que es la vida. La valentía aparece cuando los demonios vienen a devorar tu alma, cuando los enemigos presentan armas al destino y la muerte hace acto de presencia con su negra indumentaria, mientras tanto el miedo te coge de la mano, te guía por el misterio que conforma una odisea. La benevolencia deja paso a la venganza y el miedo se tiñe de coraje, y poco importa el enemigo, solo la sed de sangre y la gloria que precede a la victoria. Cuando la luz vence a las sombras y contemplas las horribles bestias que agazapadas esperan saciar su hambre de pavor con la osadía que atesora tu cuerpo, es entonces, que tomas tu espada con más fuerza, que tus músculos se tensan con la confianza más firme, que las proezas se convierten en algo ordinario, y ya no existe el miedo, solo el instinto de supervivencia y una fe inquebrantable en tu valor, porque de ello depende tu vida. Cada golpe de tu espada cercena un pedazo de terror, mientras en tus labios baila esa sonrisa que solo aparece en el rostro de los auténticos héroes cuando se enfrentan cara a cara a sus miedos, y saben, que son ellos, quienes escriben su destino.
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