Soy un guerrero sin patria, hogar ni bandera. Un mercenario de corazones remotos donde mi hambre de amores ha sido consumida por el heraldo del tiempo. He pasado tanto tiempo luchando por un amor que acariciaba mis días, que he descuidado mi propio corazón. He luchado en los campos de batalla donde la hipocresía paseaba su excelsa malicia, he luchado aún sabiendo que la lucha no besaría la victoria, he luchado por los besos de una mujer que creía que me quería, he luchado tanto que estaba ciego de amor, consumido por la rabia y la ira. He rendido mis armas a los pies del frío destino, he dejado que mi cuerpo sangrara herido de olvido, he peleado tanto por un amor sin sentido que ahora, arrodillado y vencido, solo siento el dolor de mi cuerpo herido. He luchado durante años por hacerla feliz, porque nada faltase en una vida soñada por mí, porque su sonrisa iluminase todos los caminos que podía seguir. He luchado tanto, y sin descanso, que olvidé que yo tenía un corazón, un corazón que merecía algo más que agonizar de tristeza entre una pléyade de batallas que solo buscaban hacerla feliz, y sacrifiqué mi corazón en pos de las quimeras que dibujaban sonrisas sinceras, y lo perdí en una batalla de celos donde la agonía de su orgullo altivo dejó que mi corazón muriese traicionado por la falsedad de unos actos obscenos. La mujer que amaba, me lo quitó todo, se llevo mi alma, mi corazón, mi vida. Me dejó desnudo de ilusiones y hambriento de esperanzas. Me dejó herido de muerte y tirado en el campo de batalla que conforma la desesperación, sin importarle los años de lucha, los besos gastados, el amor consumido para que su vida fuese feliz, solo me miró con absoluto desprecio mientras me escupía a la cara un frío "no te quiero". Y se marchó, mientras mi corazón sangraba por mil heridas y pedía a gritos que no devorase mi amor. Poco le importó mi dolor, poco valor le dio a mis años de lucha, a mi devoción por sus besos amargos, a los días de lucha continua porque no le faltase de nada en un mundo construido con los trazos de la alegría. La vi partir; fría, ajada, escuálida, como una horrible pesadilla que alimentaba mis días y asfixiaba mi alma, y mientras yacía en el suelo, con el puñal de su indiferencia clavado en mi pecho, supe que jamás volvería a ser mía, que había luchado en una guerra donde el orgullo venció al amor, donde los celos derrotaron al cariño, donde mi ternura fue abatida a zarpazos por los monstruos de la duda que crearon su propia locura. Ha pasado el tiempo, no demasiado, pero ha pasado, y aunque las heridas no se curan y el dolor aún se retuerce por todas las fibras de mi cuerpo, mi corazón no olvida pero de vez en cuando sueña. Ahora comprendo que no merecía un amor como el mío, y que a veces, solo a veces, luchamos por amores eternos que se mueren de miedo, un miedo atroz a perder lo que tienen, un miedo visceral a sentirse perdidos, y que ese mismo miedo les hace perder el sentido y huir tras amores pasajeros que duran un rato; solo el tiempo le hará ver que el amor verdadero solo se encuentra una vez, pero ya será demasiado tarde. Eso se llama estupidez.

DEJÉ MI ARMADURA Y MI ESPADA
MI VALOR Y MI DEVOCIÓN
NO MERECE LA PENA LUCHAR EN BATALLAS
DONDE NO HAY COMO PREMIO UN CORAZÓN.
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