sábado, 11 de octubre de 2014

NEREA

Hay momentos, lugares, personas que por algún motivo se quedan para siempre en lo más hondo de tu corazón, y cuando piensas en ellos no puedes dejar de esbozar una sonrisa. Hoy, sentado sobre un montón de recuerdos, me ha venido a la mente un momento de mi vida en el que el dolor era tan grande que poco me hubiese importado no estar en ella. No recuerdo un momento más triste en mi vida que ese, quizás los haya habido, la muerte de mis abuelos, mi exilio de Huercal Overa, mi adiós a un sueño llamado Ana María, un sueño que viví durante cuatro años. Pero repasando mi vida nada me ha dolido más que la traición y las mentiras de quien yo creía mi mejor amiga, de la persona que tenía en sus manos mi felicidad y mi confianza, de la persona que guardaba mi corazón y mi amor. Recuerdo esa tarde, recuerdo como se marchaba del pabellón, recuerdo que me miró y me dijo: que delgado estás, tienes que cuidarte; recuerdo a Juanmi en la entrada del pabellón y a ella que salía corriendo tras la estela de promesas fatuas. Me quedé en la pista llorando, con el corazón tan roto que dejó de latir por unos instantes. Recuerdo que comencé el entrenamiento con mis infantiles y que solo deseaba llorar, morirme y no sufrir más ese dolor, un dolor tan profundo que me estaba consumiendo la vida. Entrené ese día, esa hora, la hora más larga de mi vida, mientras mi vida se iba con otro. Cuando finalizó el entrenamiento salí del pabellón perdido, como ese perro que apenas le queda un suspiro de vida pero tambaleándose continua aferrado a su último aliento, porque la vida es lo único que le queda. Salí dispuesto a morir, no lo sé, ahora no lo quiero ni pensar. Cuando la puerta se cerró tras de mí y me quedé en la calle abrazado por la oscuridad de la noche y la penumbra de mis pensamientos, sentí que el mundo se había acabado. Es sorprendente como el destino juega a dados con la vida, y cuando menos te lo esperas la muerte pierde y tú ganas. Este escrito es un homenaje a una niña, un proyecto de mujer maravillosa, que cuando salí de ese pabellón, ese fatídico día, me salvó de un destino incierto y alejó mis negros pensamientos con unas palabras hechas cariño y un cariño hecho abrazos. Esa niña se llama Nerea. Nunca olvidaré como me abrazó mientras mis lágrimas recorrían la tristeza de un dolor que me carcomía el alma. Nunca olvidaré el suave sonido de su voz acariciando mi sufrimiento. El sabor a dulzura de sus palabras regalándome esperanza cuando más lo necesitaba. El roce de sus manos cuando la soledad devoraba mis sentidos. A veces solo necesitas un segundo para sentirte unido a una persona para siempre, eso pasó con Nerea, tan solo fue un momento, pero ese momento perdurará en mi corazón para siempre, porque si mi corazón sigue latiendo es gracias a ella. Aún puedo ver la preocupación en su rostro, aún puedo sentir como mi dolor se hacía suyo y como el miedo visitaba su mirada cuando se cruzaba con la mía. Ella, que paró su vida para salvar la mía, que llamó a su padre y asustada le pidió que cuidase de mí, que durante días fui su preocupación y me regaló no solo sus palabras, también su corazón. Esa niña me dio en un instante mucho más de lo que me han dado otras muchas personas que decían que me querían por encima de todo. Nerea, donde quiera que estés mi corazón está contigo, y cada vez que dibujo una sonrisa en esta vida parte de esa sonrisa es tuya porque tú que me consolaste cuando nadie lo hacía, tú, vives en mí para siempre. El tiempo ha pasado, lento, suave, como un paseo por las nubes. Los días, las semanas, los meses. Un tiempo donde tu padre, tu madre, Yolanda, Sergio y algunas de mis jugadoras, ahora cadetes, han mitigado mi sufrimiento y me han regalado lealtad, amistad, consejos y sobretodo me han dado su infinita paciencia sin pedir nada a cambio. Todos querían mi felicidad, y mientras tanto, han soportado mi tristeza, pero tú, Nerea, tú, fuiste el comienzo de una nueva vida. Tú me cogiste cuando ya no tenía nada y me mostraste que mi vida le importaba a alguien, que mi dolor era vuestro dolor. Tú fuiste el principio de lo que ahora soy, y por eso mi agradecimiento sera eterno y mi devoción perpetua.
El 24 de septiembre cuando tu padre me dijo que estabas enfadada porque no te había presentado a Irina me dio un vuelco el corazón, porque si Irina está en mi vida es gracias a ti, a tu padre también, jajajajaajaja, pero es gracias a ti que me salvaste cuando no quería ser salvado. Cuando entramos a tu casa estaba, terriblemente nervioso, porque para mí era muy importante ese momento, el estar delante tuya y que pudieses contemplar que era feliz, una felicidad que tú me habías regalado. Presentarte a Irina era muy importante, y cuando nos abrazaste a los dos, ese momento, ese momento Nerea ha sido de los momentos más dulces de mi vida, y por ello quedará para siempre guardado en mi corazón junto a ese otro en la puerta del pabellón en el que me abrazaste y me devolviste la vida. Sentir como nos abrazabas fue como sentir la felicidad en estado puro, fue como rozar el paraíso con el pensamiento y por unos instantes estar en él. Sentir tu corazón y el de Irina latiendo a la par que el mío es la sensación más maravillosa del mundo. Tú siempre serás mi salvadora, no lo olvides nunca porque yo nunca lo olvidaré.

Donde quiera que estés te gustará saber que mi corazón está contigo, que mi pensamiento te visita a diario, y que por triste que pueda ser mi camino tu felicidad siempre camina conmigo. Donde quiera que estés recuerda que siempre estoy contigo. Un beso, mi mayor regalo para la mejor de las mujeres.

A Nerea, la chica que me devolvió la capacidad de soñar.

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