Las luces parpadeaban como pequeñas luciérnagas borrachas de oscuridad. El viento mecía las hojas de los árboles con sumisa indiferencia, un carrusel invisible de caricias silenciosas que se perdían entre las sombras desdibujadas de la noche. Los pasos sonaron como pequeños golpes en el terciopelo del alma, callados, opacos, turbios. Una intromisión en el silencio que todo lo envolvía, una violación de la soledad que chirriaba por los costados de la espera y rompía contra la quietud perpetua. Él tomó su mano, como si cogiese un sueño que esta a punto de romperse, pudo sentir el cálido roce de la piel blanquecina, el latido de su corazón que se aceleraba con el tacto casi imperceptible de una caricia. Ella se acercó a su pecho, sus labios rompían contra la penumbra como el mar embravecido rompe contra las rocas majestuosas que permanecen inalterables al tiempo y la batalla. Se acercó aún más a ella, con la misma delicadeza que una pluma acaricia el aire, sin prisas, el tiempo no tenía importancia. Solo deseaba sus labios, un poema de deseos escritos con besos perfumados. Sus miradas se perdieron en la profundidad que el tiempo dibujaba en sus ojos, mientras sus labios recorrían el corto camino que separa el deseo de la necesidad, un camino donde sus alientos jugaban al escondite con el aire, hasta que sus labios chocaron como dos buques encontrados en la noche. El cálido sabor a saliva dulce penetró en sus bocas como un manantial de felicidad inagotable, como un sueño líquido esparcido por las entrañas del deseo. Sus lenguas jugaron a juegos prohibidos que esconden promesas eternas. Solo fue un beso perdido en la noche, un encuentro de deseos que ruborizó los cimientos de la pasión, un solo beso que vive para siempre en los perfiles de mis labios.
GUARDO TODOS TUS BESOS EN MIS LABIOS
TODAS TUS CARICIAS EN MI CORAZÓN
TODAS TUS PALABRAS EN MI ALMA
TODO TU CARIÑÓ EN MIS ENTRAÑAS.
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