La amé,
sus ojos dibujando
azules
prendidos en el
triste neceser
de mis humildes
labios rotos.
La amé,
su pelo soñando
cascadas
de tibias aguas
doradas
bañando mi ansia
desnuda.
La amé,
en las curvas del
camino
vagabundo de sus
encantos
abrigando mis
noches lacias.
La amé,
tenía que amar su
silencio,
el rubor de sus
torpes manos
rozando mi
intimidad virgen.
La amé,
sin razones ni
propósitos,
el olor de su sexo
húmedo
visitando mi
corazón seco.
La amé,
las arrugas presas
del tiempo,
manchaban los
rincones de su rostro,
atadas a lágrimas
huérfanas.
La amé,
como no iba a amar
su sonrisa,
una pirata de
momentos tiernos
abordando mis
deseos carnales.
La amé,
un axioma de
tristes postulados
escritos sobre
páginas garabateadas
en el cuaderno del
amor eterno.
La amé,
si, la amé, sin
dudas razonables,
trazos de saliva
en su cuerpo
caminos de placer
imaginarios.
La amé,
no por todo
aquello que me dio,
por el calor de su
cuerpo herido
que un día, como
hoy, me abrigó.
La amé,
en los recovecos
del pasado,
una diminuta
muñeca sin ropa
vistiendo mi
cuerpo expoliado.
La amé,
en algún lugar ya
olvidado
fui preso de sus
besos robados
mártir de sus
palabras vacuas.
La amé,
y me pregunto el
porqué,
me robó mi cálida
inocencia
peregrino del
calor de sus caderas.
La amé,
que funesto
despertar sin ella,
las sábanas saben
a nostalgia,
al perfume de sus
abrazos rotos.
La amé,
un camino de
miguitas dulces
perdidas en las
habitaciones frías,
un desvío de
placeres sin aviso.
La amé,
y aún la amo, en
algún lugar,
sus besos bostezan
sin dueño
aburridos de
amores eternos.
La amé,
la canción hecha
con las notas
del vaivén de sus
caderas
musitando un
placer edulcorado.
La amé,
aún conservo el
aroma de sus ojos
entre los huecos
de su ausencia
prendida con las
hebras del deseo.
La amo,
ya no necesito sus
caricias falsas
sus noches de
lujuria inventada,
el rumor de sus
dedos fríos
vagando en el
ayuno de mi cuerpo
pero Dios, ¡ como
la amo!.