La espada se hundió en la carne pútrida de la bestia. Se giró sobre sí mismo y de un amplio tajo cortó la cabeza de la abominación que cayó de espaldas mientras el sonido del cráneo contra el suelo sonaba a victoria. Se volvió con rapidez, la batalla estaba perdida, los demonios diezmaban a su ejército con una avidez de sangre insaciable. Avanzó entre los muertos matando a todo aquello que se le acercaba, era un avatar de la destrucción trayendo la muerte al campo de batalla. El crepitar de los aceros dejaba tonos hechos de esquirlas pasajeras, pero en el fragor de la batalla la muerte caminaba, altiva, como una diosa omnipotente, regalando su toque gélido a los mortales. Se plantó con la espada cogida con ambas manos, dispuesto a sacrificar su vida y alcanzar una muerte gloriosa que lo hiciese inmortal en los anales del tiempo. La bestia, un gran demonio ponzoñoso, se abalanzó sobre Fendell con tanto ímpetu que este se apartó y mientras la mole pasaba por su lado le asestó un golpe que hubiese matado a cualquier otro ser, pero la abominación solo sufrió un amplio corte en el abdomen por donde le colgaban los intestinos, eso no pareció frenar la sed de carne humana del demonio. La inmensa espada de la Grakka, un espadón oxidado del tamaño de dos hombres, describió un arco que rasgó el aire buscando el cuerpo del guerrero. Fendell esquivó el ataque con una agilidad que rozaba lo sobrenatural y con un golpe seco incrustó su espada en el pecho de la bestia. Esta trastabillo unos pasos, mientras un icor verdosos y pestilente escapaba por su boca a borbotones. Fendell saltó sobre la Grakka antes de que pudiese recuperarse de la última estocada, y de un solo impacto partió la cabeza de la inmundicia. El demonio se quedó quieto, sin moverse, el enorme volumen de la bestia lo dejo inmóvil, un amasijo de pústulas y tripas que hedía a muerte y podredumbre. Quedó con una rodilla apoyada en el suelo, delante de su enemigo. Levantó la cabeza y una leve sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios. Se irguió con parsimonia, como si tuviese todo el tiempo del mundo para degustar la victoria. El pestilente olor le hizo dar unas arcadas pero nada podía ocultar el sabor a gloria de un combate épico. Se giró dejando a sus espaldas el miedo. El campo de batalla continuaba supurando terror, pero ahora el ejército humano ganaba terreno, y con el comandante demoníaco muerto la moral de los demonios había caído de forma estrepitosa. Avanzó despacio, como si el tiempo no tuviese importancia, como si nada importase, solo el sabor a muerte que lo impregnaba todo. Cada golpe de su espada era un enemigo abatido que postraba su cuerpo mutilado a sus pies. Después de media hora el campo de batalla era un mar de ícor pestilente y sangre humana por igual. Apenas una docena de hombres quedaban en pie, pero la amenaza del inframundo había sido desterrada de nuevo al abismo del que había surgido. El silencio corría por doquier, como un mensajero alado que acariciaba la victoria. Tantas muertes no compensaban el sacrificio realizado, pero era totalmente necesario. Hoy el reino de los hombres había sobrevivido para luchar otro día, pero es posible que el mundo estuviese condenado para siempre. Miró el cielo, los negros nubarrones presagiaban un destino tan oscuro como los pecados de su alma. Cerró los ojos y su mente voló hasta esos lugares donde solo los dioses osan poner los pies. Las grandes historias se construyen con leyendas, y él ya era una leyenda. Abrió de nuevo los ojos y les regaló una malévola sonrisa a esos dioses oscuros que tanto ansiaban su alma. Les iba a costar un mundo arrebatársela.

LA MUERTE SOLO ES UNA EXPERIENCIA MÁS,
NO ME DA MIEDO,
QUE ELLA TEMA MI TERRIBLE IRA
PORQUE CUANDO LA TENGA CARA A CARA
NO PIENSO RENDIR MI ALMA.
LUCHARÉ POR TODA LA ETERNIDAD
HASTA VENCER SU FRÍO ACERO
Y LLEVARLA CONMIGO A LAS PUERTAS DEL CIELO.