A
las rubias de bote
que
prenden lenguas de fuego
en
el placer de sus escotes.
A
los políticos de farándula
que
crean ilusiones fingidas
de
la más trágica nada.
A
las divas de otros
que
beben de la ingenuidad
entre
retoques de botox.
A
las mujeres de amor sibilino
que
con besos de alquiler
juegan
a dados con el destino.
A
las rusas de corazón frío
que
con cuerpos esculturales
crean
glosarios de amores fatales.
A
las estrellas del porno
que
disfrutan de sexo lascivo
entre
las entrañas del morbo.
A
los amigos de saldo
que
predican la falsa lealtad
desde
el púlpito de la amistad.
A
las amas de casa abnegadas
altezas
privadas de un reino
que
vagan por la soledad.
A
las noches en vela
que
dibujan amores eternos
en
las frías salas de la espera.
A
las princesas sin cuento
que
presas de la falacia
ofrecen
pulcros ungüentos.
A
los culitos respingones
que
en su tierna juventud
elevaron
viriles pasiones.
A
los mirones atrevidos
que
por los ojos de otros
viven
orgasmos prohibidos.
A
las groupies modernas
que
con sus falditas de seda
perpetúan
pasiones eternas.
A
las diosas de las pasarelas
que
esconden piropos obscenos
tras
el vaivén de sus caderas.
A
las maduritas cachondas
que
ofrecen noches abiertas
en
la sección: saldos y ofertas.
A
los magos de las finanzas
que
con su economía creativa
se
alimentan de la esperanza.
A
los gurús de la imagen
que
venden pociones geniales;
ni
alivian ni sanan los males.
A
los siervos de Dios
que
en el cielo del ostracismo
predican
el falso catecismo.
A
los finales felices
que
se lamen las heridas
porque
no comieron perdices.
A
la adolescente atrevida
que
me enseño la verdad,
al
perfume de su triste mirada
que
me ofreció… la eternidad.
A
la muerte certera
que
persigue mis pasos,
a
las caricias de seda
que
lamieron mi ocaso.