La luz agonizaba entre un cielo plomizo que se desvanecía en el silencio del atardecer. Te miré como solo se puede mirar un sueño. Sin tocarte, me daba miedo que mi contacto te hiciese desaparecer, pero un suave perfume a melancolía emanaba de tu cuerpo e impregnaba mis anhelos con tu ser. Solo te miraba, y el silencio se hacía más silencio. Tenías la mirada perdida, como quien sabe que se va para no volver, como los soñadores que dejan sus sueños atrás y huyen hacia el país de nunca jamás. No quería retenerte, los amores vienen y van, pero yo sabía que el tuyo siempre me pertenecería, aunque ya no estés, aunque la distancia sea infinita y tus labios hayan olvidado mis besos, aún así siempre serás mía. Te miré de nuevo y tu belleza con sabor a promesas rotas acarició mi corazón un instante. No quería perderte pero en lo más profundo de mi alma sabía que nunca llegué a encontrarte, que viví de prestado en tus días y que tu amor solo fue una hermosa fantasía que alimentó, por un momento, mi vida. El tiempo no pasaba, se había quedado quieto, triste. Esperando unas palabras que nunca llegaron, pensando en unas caricias que ya se habían marchado. Te miré y supe que mi amor se iba contigo. Que te llevabas mi corazón allá donde fueras y que no podía hacer nada para evitarlo. Te miré y supe que mi soledad estaría atada para siempre a tus recuerdos porque cuando el amor se olvida yo si se donde va. Se va a lo más profundo del corazón para que nadie lo pueda ver llorar.
(A la mujer que una noche me hizo llorar. Va por ella y por sus besos que nunca me llegó a dar.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario