domingo, 29 de junio de 2014

LA DEUDA

Hay batallas perdidas antes de comenzar a luchar. Batallas donde sabes que vas a perder tus sueños pero que nunca puedes esquivar, porque no son tus guerras pero otros las han declarado por ti. Hay enemigos a los que nunca podrás abatir porque luchan con besos, con los besos que yo les di, que disparan con palabras hechas de olvido con las que saben que te pueden herir. Que usan como armas los momentos que junto a ellas viví, y contra todo eso no se puede luchar, solo queda morir. He sido un guerrero toda mi vida pero hace años que habitaba el retiro de amores no correspondidos, que luchaba en combates hechos de anhelos donde nunca ganaban los buenos, que desplegaba mis artes de la guerra en escaramuzas donde el cariño no ganaba unos besos pero si perdía un pedazo de corazón en cada refriega. Me gusta el sabor a sangre caliente cuando salpica mis labios, adoro los gritos de angustia que proclaman una derrota certera, las heridas que cuenta historias que nadie más puede contar. Nací para morir en un campo de batalla cubierto por el blanco manto de la gloria, pero no encuentro un enemigo que me pueda batir, y cuando mi corazón descansaba de guerras olvidadas en los laberintos del tiempo me encontré que la traición vivía en los labios que siempre besaba, en las miradas que me decían que vivía enamorada, en los gestos hechos con risas que custodiaban un amor que yo creía inmortal. Y cuando desenvainé mi espada me di cuenta que en esta batalla no iba a luchar, que no merecía la pena morir por quien no te sabe apreciar, que vale más una retirada sin sangre que vivir para siempre en los campos de celos hechos con hambre, un hambre de besos que nadie puede saciar. Podía haber atravesado su insolencia con mi espada, degollar su egoísmo con un golpe certero, pero cuando la miré a los ojos comprendí que se moría en silencio, que viviría en otros amores pero recordaría siempre el mío, que mejor que la muerte era dejarla vivir en el recuerdo de mis besos ausentes. Me dio una pena atroz, sentí una lástima que me hizo un nudo en la nostalgia y mientras envainaba la tristeza de mi acero, la dejé viva para que pudiese pasear por las salas del tiempo el dolor de su duelo, para que cada vez que soñase nunca más pudiese tocar el cielo. 
Escuché sus gritos mientras el silencio habitaba en mi alma, mientras mis pasos se despedían de sus mentiras y me llevaban al olvido. Nunca más volví la vista atrás, ¿para qué?, contemplar como un amor se muere de tristeza y egoísmo no es una imagen que quiera conservar en mis recuerdos. La agonía de su ausencia aún resuena en mis entrañas cuando cierro los ojos y repaso el pasado, cuando miró a las pupilas de la muerte que quiere mis besos y mutila mi alma. Una vez en una colina olvidada dejé enterrado mi corazón tras un combate que casi me cuesta la vida con una frase escrita con mi sangre: "Aquí yace el corazón de un guerrero". Alguien, una vez, escaló las montañas más altas, surcó los mares más angostos, y luchó con las fieras más terribles para hacerse con él, y lo consiguió, sin duda un acto sublime de amor. Tanta lucha, tanto tiempo invertido en quimeras hechas de dudas que esa misma persona quiso que mi corazón dejase de latir por siempre, quiso enterrarlo en el cementerio de su fe perdida y que yo muriese con él. Como he dicho, no es agradable ver agonizar un amor hasta que exhale su último estertor. Sé que merecía la muerte, lo sé, no lo dudé ni un momento, pero no quise manchar mis manos con la sangre de quien una vez salvó mi vida, al menos le debía eso, una vida. Así que le dejé la suya, moribunda y perdida, porque con ese acto yo saldé mi vieja deuda.



SIN VERSOS HAY POESÍA
SIN SANGRE HAY VICTORIAS.
PERO SIN UN CORAZÓN,
SIN UN CORAZÓN, NO HAY AMOR.


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