jueves, 6 de marzo de 2014
Hay momentos en los que la dulzura tiene el amargo sabor de la tuera. Cuando el tiempo parece detenerse en el cenit de la incertidumbre y los segundos bostezan aburridos de paraísos perdidos. Cuando el martillo de la duda golpea con fuerza el yunque de la necesidad y se fraguan las voces del descontento. Podría caminar por las sendas del olvido como un perro herido por la banalidad, caminar durante siglos por las veredas que conforman la espera, como un vagabundo sin patria que busca el consuelo perdido entre las sábanas del tiempo. Pero prefiero no sucumbir al desaliento y alzar mi alma de guerrero, levantar mi corazón hasta el cielo y gritar: ¡Aquí yace el corazón de un guerrero, pero no os atreváis a tocarlo porque seréis abatidos por el calor de mi acero!.
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